miércoles, 9 de abril de 2008

Mi otra tierra

Anoche soñé. Estaba ante un campo de olivos de tierra seca, dura y casi estéril. Cogido de la mano iba con mi abuelo, que me enseñaba los secretos, paisajes e historias que rodean a la tierra de la cual proceden mis antepasados.
Me contó las historias que le contaba su padre sobre el Pernales, el Gastor, el Tempranillo... tantas y tantas cosas que contar, que inundaban mi sueño de recuerdos y vivencias.
También me habló sobre el mar, los pescadores, los barcos... Sobre las montañas, los campos, los ríos, los cortijos... Íbamos paseando ahora por un campo de trigo, amarillo como el sol que lo inundaba, se respiraba el aire limpio, cargado de aromas a lavanda, lluvia, cereales, sal y también aire cargado de sangre, rebeldía, sudor, trabajo y lágrimas.
Llegamos a un pueblo, con sus paredes encaladas que relucían un blanco puro y deslumbrante; y ahí, en una de esas casas estaba mi abuela, sentada en su añorado patio con geranios y rosas, donde siempre quiso estar y no pudo.
Y más allá vi a los pescadores trabajando las redes mezcladas con el salitre, el aire, las gaviotas y el mar. Al otro lado, los campesinos labraban el campo que les daba de comer sin pedir nada a cambio. Fue entonces cuando me di cuenta de que aquella mano que todavía me sujetaba, estaba llena de callos y cortes, y de que mi abuelo, como las gentes que allí vivían había sido un andaluz más que también pasó hambre y trabajó toda su vida para que yo tuviese lo que ahora tengo: Todo. Todo más la conciencia de pertenecer a esa tierra que no me olvida y que me muero por conocer: Andalucía.