lunes, 7 de septiembre de 2009

Pequeño relato gótico.

La luna llena pintaba sobre las nubes un violeta juego de contrastes que convertían el cielo en la bóveda de una cripta tenebrosa. El frío viento azotaba los cipreses que se contoneaban en una triste marcha fúnebre silbando el estribillo con sus hojas. Un halo de luna proyectaba sobre el césped del cementerio la lúgubre efigie de un ángel arrodillado que lloraba sangre sobre la rosa que sujetaba en las manos.
Y allí, delante del triste ángel se encontraba la joven; sobre la fría y mohosa lápida de piedra con la vista clavada en el epitafio que rezaba: "Hasta la Eternidad".
Allí volvió a dejar otra rosa como cada noche, amontonándola junto al resto de las marchitas rosas olvidadas.
Allí volvió a llorar.
Allí volvió a lamentarse.
Allí volvió a leer su propio nombre grabado en la lápida.
Allí volvió a desaparecer junto con el rayo de luz de luna.
Y allí volvería a aparecer cada noche "Hasta la Eternidad".