sábado, 13 de octubre de 2007

Surcando los cielos.

Me encuentro de nuevo bajo el manto de la noche valenciana. De nuevo en la ciudad. De nuevo veo en el oscuro y apagado cielo las luces de un águila de acero.
El tramo de aproximación al aeropuerto de Manises se puede ver desde mi habitación. Siempre se puede contemplar esos pájaros que se mueven lentamente a 900 Km./h. Esos pájaros que en sus entrañas llevan cientos de personas que van y vienen de un destino a otro.
Ahora me pregunto: ¿Qué impulsará a las personas que ahora mismo viajan en aquel avión lejano a subirse a 10 km. de altitud y viajar a un destino que desconozco? ¿Irán por placer, negocios, trabajo, necesidad...?
Los aviones pueden transportar muchas personas; cada una con una historia que contar, cada una con un motivo para viajar. Puede que cuando ese pasajero llegue a su destino, haya alguien esperando impaciente por verle de nuevo y darle un gran abrazo. O puede que desde el momento que ese pasajero sube al avión haya alguien llorando por su partida en el aeropuerto de origen. En los aeropuertos, lugares de encuentros y despedidas, se pueden contar historias felices o tristes.
Sea lo que sea lo que ocurra con cada pasajero, lo que está claro es que las personas necesitan moverse a distintos puntos, bien sea por necesidad o por placer. En ambos casos y, a veces, en el fondo, siempre se agradece volver al punto de partida.
Sólo espero poder pilotar algún día aviones que puedan contar el mayor número de historias felices posible.

1 comentario:

Turi dijo...

Las historias felices se están extinguiendo, la sociedad, el trabajo, y en general la vida, nos obliga a transformar lo que debería ser una historia feliz, en una triste.

Espero que ese sueño de piloto de aviones de historias felices se cumpla.