Ahora la ciudad duerme. Nadie en las calles salvo el silencio. Las pocas estrellas que se asoman a través de la contaminación me cuentan que han visto el ajetreado día y nadie se ha acordado de ellas, pero ella sí; ella ha salido y por lo menos se ha acordado de mí.
¿Qué tiene la noche? ¿Qué tiene que me hechiza y me atrae a cavilar en silencio contemplando su majestuosidad? Puede deberse a que por la noche surgen los romances; o que posteriormente se pueden consumar (que no consumir). Por la noche salen los gatos, las gatas y los lobos. También ellos están enamorados de la luna. La reina de la noche, que desde arriba juega a dibujar variantes del círculo perfecto de su lucidez, me invita a tomarme una copa de vino con ella, brindando por esas noches vacías que no estás conmigo.
Seducido por el misterioso halo nocturno, me evado momentáneamente de la realidad pensando mil tonterías que no llegan a ninguna parte y si llegaran, serían imposibles de alcanzar. Tu ausencia me sugiere aromas de áticos vacíos, cerrados y viejos. Un triste blues recorre cada rincón de la habitación y se lleva todas las penas que encuentra, limpiando la porquería que mi soledad refleja.
Ahora voy a hacer el amor con la luna, ahora que está llena y se entrega. Se lo haré despacio, para que dentro de 28 días vuelva a mis brazos.
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